Hoy me desperté con la cabeza como si me hubiera pasado un tren de carga por encima, la boca seca como suela de zapato y un olor a mota pegado en la ropa. Otra vez caí, cabrones. Otra vez me dije "solo una chela pa’l calor" y terminé con media botella de mezcal en la mesa, hablando solo como si alguien me fuera a contestar. La soledad es una perra traicionera, te abraza cuando no quieres y te empuja a hacer mierda tras mierda para sentir que sigues vivo.
Ayer estaba bien, o eso creía hasta que ví un gato muerto en el camino de regreso a casa, muy parecido a mi gato recién extraviado. Para distraerme me puse a ver una serie pendeja en Netflix, jugar el AC y todo iba bien hasta que se acabó la maldita distracción. Y ahí estaba yo, mirando el techo, escuchando el pinche silencio que retumba más fuerte que cualquier rola de narcocorrido de tres pesos. La soledad no avisa, llega como pedo en elevador: no la ves venir, pero te ahoga.
Recaer en el alcohol es como regresar con una ex que sabes que te va a hacer mierda: sabes que es mala idea, pero igual le abres la puerta. Y no es que sea débil, o bueno, sí, qué chingados, tal vez sí lo soy. Pero es que la soledad no te deja muchas opciones. O te pones a llorar como imbécil, o te emborrachas para que el cerebro deje de pensar en lo solo que estás. Yo elegí lo segundo, porque ya me cansé de dar vueltas en la cama.
Hoy me duele todo, el cuerpo y el alma, si es que todavía tengo de eso. Me miro en el espejo y veo a un tipo que no sabe ni quién es, con ojeras de mapache y la barba toda desmadrada. Pero aquí sigo, escribiendo esta mierda para que alguien, algún día, la lea y diga "pues este güey sí que estaba jodido". O tal vez no, tal vez esto se queda en el olvido como todo lo demás. Total, qué importa. La soledad y el trago siempre van a estar ahí, esperándome como viejos amigos que no sabes si quieres ver o mandar a la Berga.
Así que nada, estimado yo del futuro y tres lectores, si me ven por ahí con una botella en la mano, no me juzguen. O bueno, júzguenme, me vale madres. Total, ya estoy acostumbrado a ser mi propio costal de mierda.
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