jueves, 25 de septiembre de 2025

Adios Zumpango

Hoy fue el último día en Zumpango. La última vez que mis pinches pies arrastraron por ese pasillo con olor a miados y a frustración pendeja. Se acabó. Se acabó la rutina de mierda, las caras de palo, las sonrisas falsas que te daban ganas de vomitar. 

Me siento raro. Como cuando te terminas la última chela de un six y sabes que no hay más. Un alivio culero, pero también un vacío que ya conozco bien. Este lugar, este laboratorio, era otro montón de cagada más en mi vida, un costal lleno de horas muertas, de sueños que se pudrieron de un chingadazo, de conversaciones vacías que te dejaban más solo que antes. 

 Recuerdo el primer día, la esperanza estúpida de que esto sería diferente. Que aquí encontraría algo, no sé, ¿un propósito? Qué pendejote fui. Al final, solo encontré más razones para querer ahogar la cabeza en un pomo. La soledad, esa perra traicionera, no se queda en casa, te sigue hasta el fin del mundo, se sienta en la silla de al lado y te susurra al oído que es hora de comenzar de nuevo. Ahora, el silencio de mi casa me espera. Un silencio que a veces es paz, y a veces es el eco de mis propios demonios.

Se acabaron mis pensamientos de venganza y de odio, de pensar que no merezco la ración miserable de cordura que la vida laboral me daba, sentía que podía lograr más pero la realidad me alcanzó. Se irán al pasado esos días de beber a escondidas en una taza sucia, de querer salirme sin permiso para ir a tomar y tomar y tomar. 

Lo que más odie fueron los días de soledad y silencio, donde escuchaba risas y charlas que me dejaban en visto, donde los visitantes solo eran pasajeros  y al final acabaron silenciando mis charlas o borrándome de sus listas de amigos, así tal cual fuera un ser desechable, odiaba ser traicionado o engañado por aquellos que solo fueron oportunistas pasajeros, fin a eso.  

Sé que no todo fue malo, hay momentos que llevaré tatuados en el alma como mis compañeros y compañeras de trabajo que me siguieron hasta el final, mi banda de teporochos los llevaré en el mi corazón y mente siempre, peeeeeeeeero, pero para mi desgracia todo lo bueno fue aplastado por lo ogete, para tantos años debió ser parejo o al menos no tan malo, pero siempre a la gente como yo le va así en la vida, siempre por querer ayudar a los demás acabamos derrotados y decepcionados, siempre sobra el que se pasa de verga y agarra el pie en lugar de la mano. Es la maldición del Diosito, siempre lo crucifican por querer salvar al prójimo. Pero da igual, la ventaja que tengo es que yo me tengo a mi y ellos no. 



¿Qué verga sigue? No tengo ni puta idea. Solo sé que este capítulo se cierra. Y espero que el siguiente no sea otro puto costal de mierda. Quizás es tiempo de escribir más, de vaciar este pensamiento que llevo dentro, aunque duela. Como dijo mi psicóloga, "es terapia", pero la verdad a veces la terapia también cansa. 

Adios a mi yo del pasado, chingare a mi madre por otros rumbos y que Dios nos Bendiga perros.  

 




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